“Entender la Compañía como colaboradora de algo más grande”, primera visita oficial del P. General a la Provincia de España
El P. Arturo Sosa SJ, en el marco de su visita a la Provincia de España, del 11 al 14 de mayo, ha participado en la reunión ordinaria
de superiores jesuitas de España en Madrid, ha visitado las enfermerías de Villagarcía
de Campos (Valladolid) y Alcalá
de Henares (Madrid), ha mantenido varios encuentros con jesuitas y laicos y
ha presidido la eucaristía
en la Iglesia del Corazón de Jesús de Valladolid.
En la tarde-noche
del viernes 11 de mayo, el P. General se encontró con 400 jesuitas y laicos en
la Residencia del Sagrado Corazón y San Francisco de Borja de Madrid
(Maldonado) definiéndolos como “un cuerpo de amigos del Señor y amigos en el
Señor”.
Arturo Sosa
centró su intervención en cinco puntos: el sentido de cuerpo apostólico, la
importancia de la comunicación como herencia ignaciana de cara al futuro, la
necesaria conversión ecológica, las vocaciones y los grandes desafíos de la
Iglesia y, por tanto, de la Compañía.
La imagen de
la vid y del cuerpo y sus miembros fueron los símbolos con los que el P.
General describió la colaboración y la importancia de la diversidad en ese
mismo cuerpo: “El hacernos colaboradores, hace posible el funcionamiento del
cuerpo”. Y señaló que tenemos el desafío de entender a la Compañía como
colaboradora de algo más grande que ella misma, de la misión de la
reconciliación. Por tanto, pidió a los presentes que se sintieran como un
cuerpo mayor, un cuerpo más grande, la Iglesia, o como una de las ramitas de la
vid, que está injertada en el tronco que es Jesús. En esta tarea se refirió
también específicamente a la colaboración con aquellos hermanos que no comparten
la misma fe cristiana pero que están comprometidos a fondo en las obras de la
Compañía y concretó que adquiriendo la libertad interior que permite ponernos
al servicio de los demás, será donde acertemos en esa colaboración.
Se refirió a
la visión de la CG36 sobre la colaboración: “La CG36 (…) ha insistido en la
importancia de los cómos, nos ha invitado a revisar cómo realizamos nuestros
apostolados, para que incorporemos en nuestro modo de ser el discernimiento en
común, la planificación apostólica, la colaboración, y el trabajo en red como
el modo ordinario en el que trabajamos”. Insistió en que el discernimiento debe
culminar en la planificación, “las dos cosas deben ir juntas”. Ahondó también
en las tres dimensiones “entrelazadas” de reconciliación del Decreto 1 de la
CG36 (“Compañeros en una misión de reconciliación y de Justicia”):
reconciliación reconciliación entre nosotros, en un mundo lleno de violencia,
desigualdades, emigrantes no aceptados, injusticia… reconciliación con la
naturaleza, con el medio ambiente y la Creación y reconciliación con Dios.
En un
segundo lugar, el P. General profundizó en la importancia de la comunicación
-como herencia ignaciana- de cara al futuro, ya que la Compañía nació como
cuerpo unido y en dispersión y eso es imposible si no hay una buena
comunicación. En el otro sentido, reconoció que además la Compañía es un cuerpo
que nace para comunicar fuera la buena noticia del Evangelio. Y abogó por
aprovechar el contexto actual en el que lo que caracteriza a la humanidad es la
Comunicación para aceptar ese “doble reto de mejorar tanto la comunicación que
produce la vitalidad del cuerpo apostólico, como la manera de comunicar el
anuncio de la buena noticia que es nuestra razón de ser”.
Respecto a la
necesaria conversión ecológica confesó Arturo Sosa que “en el Cuidado de la
casa común, que ha puesto sobre la mesa el Papa Francisco, estamos suspensos,
para la Compañía es una asignatura pendiente”, porque seguimos formando parte
de la humanidad que contribuye al deterioro del medio ambiente con nuestro
estilo vida (nuestras construcciones, estilo de vida, los plásticos…) Ahí
“necesitamos conversión, interiorizarlo” y supone un esfuerzo bastante grande.
Y también aplicarlo en nuestro apostolado, en cómo nuestra pedagogía contribuye
a ir transformado el tema ecológico como un tema cultural, en nuestros
colegios, en el trabajo parroquial y el trabajo por la justicia.
Sobre las
vocaciones, afirmó Arturo Sosa que no podemos olvidar que es una llamada y
quien llama es el Señor, es un tema de gracia y ésa es una premisa que no
podemos olvidar. Admitió que sabemos que el Señor no cesa de llamar, que no es
que no llame sino que hay una decisión libre de grupos de seres humanos que
eligen aceptar o no. Y para Sosa, ahí está el tema: “¿Cómo creamos las
condiciones personales y grupales para escuchar la llamada? Posiblemente hay
mucho ruido alrededor de nuestras vidas, de los más viejos y de los jóvenes,
que no permite escuchar la llamada. Por eso enseñarnos y practicar a hacer
silencio interior es muy importante para poder escuchar la llamadas”. Por
tanto, “El desafío para nosotros es ofrecer los espacios, para escuchar la
llamada, para acompañar los procesos y para vivir la vida cristiana”. Y también
ser de verdad un ejemplo de personas consecuentes, coherentes con su vida
apostólica, con entusiasmo y especialmente rescatar la imagen de la Compañía
como Vida consagrada. Sobre esta idea explicitó que “La vocación a la Compañía
no es una vocación al sacerdocio, sino a la vida religiosa, una vocación que
también incluye para algunos de sus miembros el ministerio sacerdotal”. En ese
sentido reconoció su preocupación por la falta de vocaciones de hermanos
jesuitas: “La Compañía ha tenido durante toda su historia, hermanos jesuitas y
debo decir que si algo siento en ente momento, como una falta, son los
hermanos”.
Por último,
se refirió a los grandes desafíos de la Iglesia hoy. El primero, encarnar la
eclesiología del Vaticano II para que la iglesia se convierta en el pueblo de
Dios, una iglesia laica, comunidad de comunidades, abierta a la inspiración del
Espíritu Santo, y capaz de discernir. El segundo desafío es cómo la iglesia se
fija más en el poder de los signos que en los signos del poder y alabó cómo el
Papa Francisco ha ido despojándose de los signos y símbolos del poder del
papado. Y el tercer desafío es la formación de los ciudadanos universales en un
mundo intercultural. Es decir, cómo hacemos para que la globalización no
signifique homogenización, para valorar la interculturalidad como valor
universal y conseguir una ciudadanía que se ponga al servicio del bien común.